Dicen que Salvador Dalí, cuando supo de la existencia del Parque de los Monstruos de Bomarzo, quiso comprar la esculturas renacentistas que jalonan sus jardines porque allí, hace casi 500 años, nació, según él, el surrealismo… Pero esa vez el artista catalán no consiguió salirse con la suya.
Bomarzo es una hermosa localidad del centro de Italia donde se encuentra ese jardín histórico y “surrealista” del que tuvo noticias Dalí. Es un espacio nacido en pleno Renacimiento italiano que, en principio, no tendría mayor valor que el meramente monumental, gracias a las enigmáticas y caprichosas estatuas que mandó levantar allí el duque Pier Francesco Orsini. Sin embargo, este lugar nacido para el ensueño se hizo inmortal gracias a la pluma del argentino Manuel Mujica Lainez (1910-1984), que dio a luz una novela imprescindible para la historia de la literatura universal, cuyo título reza simplemente “Bomarzo”, y en la que se inspiró para firmar después un libreto para una ópera con idénticos tema y título.
Hasta el Teatro Real
Precisamente, la reciente puesta en escena de la ópera “Bomarzo” en el Teatro Real de Madrid recuperó y puso de actualidad un libro, una historia y un escenario que habían quedado injustamente relegados con el paso del tiempo, por mucho que Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, Roberto Bolaño, Fernando Vallejo y otros autores contemporáneos la hubieran calificado como “obra maestra”. Así que celebremos la resurrección de “Bomarzo”, una ocasión a la que también se sumó la Biblioteca Nacional con una exposición sobre documentos relacionados con el mundo que tanto fascinó a Mujica Lainez para armar su novela, a la que dedicó tres intensos años de su vida.
El Teatro Real hizo un gran esfuerzo para poner en valor la ópera “Bomarzo”, cuya música es del argentino Alberto Ginastera (1916-1983), uno de los más importantes compositores de Latinoamérica del siglo XX. Fue una decisión digna del mayor de los elogios, ya que la última representación que se hizo en Europa de esta ópera fue nada menos que en 1976, en Londres, después de su estreno oficial en Washington en 1967. La obra fue prohibida en la Argentina del presidente Juan Carlos Onganía , quien impidió su estreno en el Teatro Colón de Buenos Aires “para resguardar la moralidad pública”, hasta que en 1972 soplaron vientos mejores y la ciudad natal de Mujica Lainez pudo disfrutar de la misma.
La soledad del duque
Evidentemente, “Bomarzo” es una pieza fundamental en el mundo operístico latinoamericano y, por tanto, la puesta en escena en el Teatro Real fue todo un acontecimiento, también más allá del Atlántico. El director de escena Pierre Audi concibió un espacio claustrofóbico para resaltar la soledad del protagonista, Pier Francesco Orsini, ya torturado al final de su existencia, y el director de orquesta alemán David Afkham estuvo al frente del Coro y la Orquesta del Teatro Real y de un reparto encabezado por John Daszak, quien dio vida al duque italiano.
En la ópera, el duque Pier Francesco Orsini aparece como un personaje de cuerpo y mente deformados que, para buscar la inmortalidad, bebe lo que él cree una pócima mágica, pero que en realidad es un veneno que le quitará la vida. En sus horas de agonía, Orsini rememora los episodios más relevantes y traumáticos de su existencia en un escenario donde los espectros de piedra son el reflejo de su espejo interior, tenebroso y oscuro.
Pero vayamos por partes, porque la figura de Pier Francesco Orsini (1523-1585), más conocido como Vicino Orsini, merece algo más que dos líneas. Descendiente de una de las más ilustres y, durante siglos, la más poderosa de las familias reales italianas, heredó el ducado de Bomarzo siete años después de la muerte de su padre, gracias a la intercesión del que después sería Papa Paulo III. El duque era un reconocido militar, pero en 1550 puso fin a la carrera de las armas para retirarse a Bomarzo, donde se rodeó de los más reconocidos artistas y literatos. Por sus venas latía la sangre de cuatro papas y de 18 santos y beatosy, evidentemente, entre sus parientes figuraban también señores de la guerra y distinguidos cortesanos, por lo que conocía bien las intrigas del poder y la psicología de quienes lo ejercían.
Realidad y ficción
Manuel Mujica Lainez, que visitó Bomarzo un día de verano de 1958, concretamente el 13 de julio, se inspiró en Vicino Orsini para dar cuerpo a su magnífica y seguramente mejor novela, pero le otorgó unas cualidades (”contrahecho, cínico e intrigante”) de las que, seguramente, carecía el duque de carne y hueso. En cualquier caso, lo que sí logra el también autor de “El laberinto” y “El unicornio” es componer un atractivo y minucioso retrato del Renacimiento italiano a través de las evocaciones y confesiones del duque. Por ejemplo, hay alusiones históricas, entre otros sucesos, al nacimiento de Miguel Ángel Buonarrotti, a la coronación de Carlos I de España, a la batalla de Lepanto (con una breve aparición de Cervantes), a la Reforma protestante o a las costumbres de papas y personajes de la época. Y aparecen ciudades como Florencia, Roma, Venecia o Nápoles.
La novela, además, está narrada en primera persona y, por ello, cobra verosimilitud que el duque Orsini tuviera un cuerpo deformado, jorobado y cojo o que poseyera un rostro agraciado y unas delicadas manos en las que lucía un anillo de Benvenuto Cellini. El lector siente como propias la humillación ejercida por un padre que se avergonzaba de él, las vejaciones a que le sometían sus hermanos, las traiciones de sus amigos, la soledad… y, así, la vida del duque se va poblando de pesadillas, alucinaciones y monstruos.
Siete cuadernos de notas negros y un cartapacio con los manuscritos de “Bomarzo” dan fe, en la casa-museo de Mujica Lainez en El Paraíso (Córdoba, Argentina) de su gran tarea de investigación documental, entreverada con varios viajes a Bomarzo.
Viaje a Bomarzo
Pero ahora nos vamos a ir hasta el escenario real de Bomarzo, a pasearnos por el Parque de los Monstruos, el que mandó construir, a mediados del siglo XVI, junto al castillo de su propiedad, el príncipe Pier Francesco Orsini. Quería estatuas extravagantes y gigantescas talladas en la piedra, por lo que éstas salen a la vista del paseante, unas veces de entre los árboles, otras desde los parterres, a menudo escondidas en los arroyos. Tienen un aspecto grotesco y terrible y representan seres mitológicos y de la fantasía.
Los sobresalientes arquitectos Pirro Ligorio y Jacopo Vignola se limitaron a atender los extraños deseos de este Orsini, que estaba completamente enajenado en ese momento por la reciente muerte de su esposa, Giulia Farnese. Para hacernos una idea de que no escatimó recursos ni medios en este empeño, baste decir que Pirro Ligorio, uno de sus diseñadores, fue el sustituto de Miguel Ángel en la basílica de San Pedro, en el Vaticano.
Para llegar a Bomarzo tenemos que alcanzar la provincia italiana de Viterbo, en la región de Lacio, y llegar al municipio de Bomarzo, a unos 90 kilómetros al norte de Roma, donde se halla el que fue inquietante feudo histórico de la familia Orsini. La localidad está en un lugar apartado junto a los montes Ciminos y dominando la ruta de Orte. Y a sus pies, semioculto por la densidad del bosque, nos encontramos con el también llamado Parque de las Maravillas o, en palabras de Alberto Moravia, “un Luna Park en piedra”.
Seres irreales e imposibles
Hay que recordar que, entre 1552 y 1580, escultores y arquitectos fueron tejiendo en este “parque temático” una estructura de seres irreales e imposibles que se fue adueñando del verde natural del lugar, junto a un castillo renacentista de exquisita factura arquitectónica. Dicen que Pier Francesco Orsini pretendía domesticar la naturaleza y hacerla a su medida, aunque finalmente quedara prisionero de sus propios deseos. De lo que no cabe duda es de que Vicino Orsini era un hombre intelectual y exquisito que buscó refugio en este espacio mítico anhelando la belleza que, según algunos, no le otorgó la vida.
Al entrar a este bosque sagrado y solitario, una inscripción advierte al viajero de que se va a introducir, como Alicia, en un mundo de maravillas. Nos encontramos con estatuas de Jano, Saturno, Neptuno y Hércules; con una tortuga que se envalentona con una ballena, con un altar con las tres gracias, con un elefante con el cuerpo de un gladiador que rinde homenaje a Aníbal; con una gigantesca cabeza de piedra que invita a adentrarse por su abierta boca, con un minotauro, con una sirena alada… Y todas las esculturas llevan inscripciones, mensajes que condensan el sueño intelectual y filosófico de este Orsini que hizo realidad esta fantasía pétrea cuando ya se encontraba malherido.
Durante cuatro siglos el también conocido como bosque sagrado de Bomarzo quedó abandonado hasta que en 1954 la propiedad fue comprada por Giovani Bettini, quien decidió recuperar este lugar excepcional considerado hoy inmortal gracias a la literatura y la ópera. Unos años antes, el escenario había despertado el interés de surrealistas, dadaístas y patafísicos, como Breton, Cocteau, Dalí o André Pieyre de Mandiargues, hasta que en 1949 un desconocido entonces Michelangelo Antonioni grabó un documental sobre el parque.
Unas memorias divididas
Un monumento de la literatura la novela de Mujica Lainez y un jardín monumental el de Pier Francesco Orsini. Cuando se le preguntó al escritor por qué no escribía sus memorias, ya que su vida también estaba jalonada, como la del duque italiano, de encuentros y personajes interesantes, él respondió que “Bomarzo” eran sus memorias. Y es que Mujica Lainez se adueñó de la memoria de Orsini y la deformó hasta lo irreconocible en aras de la inmortalidad.
Los que no hayan tenido aún la fortuna de acceder a este gran festín literario están de enhorabuena. Desde estas líneas, quedan invitados a hacerlo, porque la mejor literatura está servida para ellos. Y con recompensa, porque, al final, Manuel Mujica Lainez, Manucho para los amigos, les zarandeará con estas palabras: “Cada uno tiene su propio Bomarzo”.