Los ciudadanos de Oslo están muy satisfechos con su nivel de vida. Lo aseguran las encuestas: el 99% de sus habitantes valora muy positivamente los servicios que tiene a su disposición. Por eso dicen que Noruega es uno de los países más felices del mundo. Mitos aparte, algo de esto se percibe cuando se llega a la capital nórdica, sobre todo si se hace en verano, cuando los atardeceres se estiran como una goma elástica y prácticamente se funden con las primeras luces del alba. Se percibe, sin ningún género de duda, que los oslenses disfrutan intensamente de esa claridad, de ese sol que en pocas semanas se irá escondiendo sin remedio.
Cosmopolita y elegante, la capital noruega tiene 660.000 habitantes, limita al norte con frondosos bosques de pinos y al sur con las tranquilas aguas del fiordo, habla 200 idiomas, apenas tiene desempleo (un 3%) y tiene la segunda renta per cápita más alta del mundo después de Suiza. En los años 60, el hallazgo de grandes bolsas de petróleo en el norte del país multiplicó la riqueza nacional, pero aquí los ingresos no se derrochan. No abundan los automóviles de lujo ni las tiendas de marcas exclusivas, ni hay colas para acceder a los restaurantes y locales nocturnos de moda. La población de Oslo no es ostentosa, ni mucho menos, y aseguran que es fácil ver a los ministros del Gobierno circulando en bicicleta por el casco urbano.
PETROLERA Y ECOLÓGICA
Estamos en el país del oro crudo, sí, pero hay una defensa a ultranza de lo ecológico y en una nación tan poco poblada hay ya más de 100.000 vehículos eléctricos. Gozan, eso sí, de numerosos incentivos fiscales.
Además, con el dinero del petróleo y el gas, Noruega ha creado una gigantesca hucha cuyo valor supera hoy los 800.000 millones de dólares. Una cantidad que podría hacer millonarios a cada uno de sus ciudadanos, pero que, lejos de dilapidarse, se está administrando para garantizar un buen nivel de vida a las generaciones venideras. Y todos están de acuerdo.
BRILLO Y ESPLENDOR
Lo que sí se percibe es que Oslo está transformándose y son muchos los barrios que han recobrado, en los últimos años, lozanía y esplendor. Es el caso de la zona que limita con el puerto, un terreno antes ocupado por astilleros y autopistas, que ha sido conquistado por museos, rascacielos con firma de grandes arquitectos y espacios de ocio. Sobresale, entre todos, la Ópera, levantada en 2008 a orillas del fiordo, con forma de iceberg, por Snohetta, el estudio de arquitectura más internacional de Noruega. Si no hay tiempo para asistir a una representación, es imprescindible caminar por su tejado inclinado de mármol blanco. Es un edificio singular que tendrá pronto como vecinos la Biblioteca Nacional y el nuevo Museo Munch, del estudio español de Juan Herreros, que prevé abrir sus puertas en 2020.
EDIFICIOS SINGULARES
A las espaldas de la Ópera, se halla el impactante barrio de Bjorvika, donde se alzan las construcciones más altas de Oslo, apodado por los locales Código de Barras (Barcode), por su apariencia pixelada y sus colores en blanco y negro. Cada uno de estos edificios empresariales es diferente, todos tienen espacios públicos cubiertos y en las zonas abiertas hay exposiciones de esculturas al aire libre. Desde aquí se divisa una imponente mole de ladrillo rojo, con dos torres. Es el Ayuntamiento, donde, cada 10 de diciembre, se entrega el Premio Nobel de la Paz. Su carillón anuncia las horas, alternativamente, con melodías de Edvard Grieg, John Lennon o David Bowie.
EL MALASAÑA DE OSLO
El 33% de la población es inmigrante y la gran mayoría vive en barrios populares que se han puesto de moda, como Grünerlokka, hoy convertido en el gran centro hipster, algo así como el Malasaña de Oslo, festoneado de galerías de arte, pequeñas tiendas de segunda mano, restaurantes que invitan a deleitarse con todo tipo de sabores y el primer mercado gastronómico de la ciudad, Mathallen, una especie de Mercado de San Miguel, pero a lo bestia .
Muy cerca se halla el Museo Munch (Entrada: 10€). Es imprescindible una visita a sus instalaciones. Pero, para tomar el pulso a la ciudad, nada mejor que recorrer la avenida de Karl Johans, su gran arteria comercial, jalonada por el Parlamento, el Gran Hotel, donde se alojan los premios Nobel; el Teatro Nacional, la Domus Academia o antigua Universidad y el Palacio Real, residencia de los reyes de Noruega que en verano se abre al público.
A TOMAR EL SOL
Da para mucho esta ciudad que disfruta a tope, en verano, de sus numerosos parques y jardines, que busca espacios públicos para tomar el sol e improvisa playas junto a las limpias aguas del fiordo. Se hace necesario visitar el parque Vigeland, con sus impactantes esculturas, y tomar en el puerto cualquiera de los barcos de pasajeros que, durante un par de horas, recorren las pequeñas islas de este espacio natural de Oslo (desde 35 €). Cuando acaba la travesía, toca pasear por la animada isla de Tjuvholmen (la isla del Ladrón), junto a Aker Brygge. Aquí, el arquitecto Renzo Piano ha diseñado un edificio con una estructura en forma de barco que, dividido en dos partes separadas por el agua y con una cubierta curvilínea de cristal, alberga el Museo de Arte Contemporáneo Astrup Fearnley (Entrada: 12 €) con piezas firmadas por Jeff Koons, Takashi Murakami, Damien Hirst, Cindy Sherman o Richard Prince. Y si aún sobra tiempo, se puede tomar un tren en dirección a Bergen, apearse en Flam y deleitarse con la vista que ofrece el espectacular fiordo Aurlandsfjord.
Oslo apuesta por el futuro y sabe disfrutar de lo que tiene, porque no se compara con nadie. Ésa es la clave, seguramente, de su felicidad. Sin embargo, no hay que olvidar que la literatura noruega despunta en la novela negra (Jo Nesbo, Anne Holt…), que uno de los libros de filosofía más vendidos del mundo (El mundo de Sofía) lo firma un noruego, Jostein Gaarder; que los dramas de Henri Ibsen tienen categoría universal y que la pintura más emblemática del arte de este país es El grito, de Munch.