Marga Biyang
Bajo el título de Resonancia infinita la Fundación Mapfre reúne más de un centenar de piezas del pintor Giorgio Morandi, una de las figuras más relevantes e inclasificables de la pintura italiana del siglo XX. En la muestra se hace un recorrido por toda su obra artística, desde sus comienzos hasta los últimos años de vida, al tiempo que se conjuga con piezas de otros contemporáneos de diferentes vertientes (fotografía, pintura, escultura y cerámica principalmente) que han seguidos los pasos del pintor boloñés. Artistas como Tony Cragg, Tacita Dean, Joel Meyerowitz, Rachel Whiteread, Edmund de Waal o Alfredo Alcaín se dan cabida en este espacio morandiano y establecen un diálogo con la esencia de su trabajo.
Desde el 24 de septiembre al 9 de enero se puede disfrutar de algunas de sus pinturas en las que se pone de manifiesto la importancia que tienen los objetos cotidianos en su vida. Y es que Morandi dedicó la mayor parte del tiempo a pintar bodegones. Las botellas, las jarras y los cuencos de líneas aparentemente sencillas y de formas rigurosas se convierten en los protagonistas de una atmósfera que se repite una y otra vez, pero con sutiles matices. Parece que el pintor italiano buscaba siempre esa perfección de aquello que discurría a su alrededor. De aquella otra realidad en la que él estaba inmerso. Allí en su casa-taller de Bolonia, donde pasó recluido las mayor parte del tiempo, alejado de las corrientes pictóricas o de las vanguardias de la época, ensayaba con objetos de andar por casa: botellas de licor que pintaba de blanco, teteras o incluso cajas de zapatos. Con ellos creaba composiciones ordenadas y cuidadas minuciosamente, donde era palpable el estudio incesante del color, de las formas y de los volúmenes. Todo ello enmarcado en un espacio inmóvil y silencioso que otorgaba a sus creaciones de una singular belleza, que hoy perdura en el tiempo. Lo mismo sucedía con las vistas y paisajes que observaba desde su fiel ventana y que analizada con especial interés. Y aunque Morandi podía tardar dos horas en pintar un cuadro se pasaba como mínimo dos semanas realizando un estudio previo y exhaustivo de su futura creación.
Siete secciones
La exposición, dividida en siete secciones, hace un recorrido por toda su obra artística: desde sus inicios donde se aprecia una clara influencia de los renacentistas italianos, de Cèzanne, el cubismo de George Braque y Pablo Picasso, entre otros, pasando brevemente por la pintura metafísica de Giorgio de Chirico y Carlo Carrà, hasta llegar a su etapa más madura y profunda con una técnica más depurada, que aparece representada en la muestra bajo el título de Diálogos silenciosos.
Además de los objetos cotidianos, encontraremos también otros temas queridos por el artista como son paisajes y jarrones con flores. Llama la atención que nos dé la bienvenida Autorretrato, ya que son pocas las incursiones sobre la figura humana que veremos a lo largo de su producción. Lo mismo sucede con Bañistas, que curiosamente también se expone. En ambos casos se aprecia una simplicidad en las formas, que se acentúa sobre todo cuando pinta paisajes: pocos trazos que parecen apuntar hacia un camino, que sugieren la forma de los árboles, las casas y las colinas. En este sentido, da la sensación de estar construyendo una Italia silenciosa, suspendida en el tiempo. En Morandi se nos presentan sólo dos tipos de paisajes: por un lado, los alrededores de Grizzana, una aldea en los Apeninos, donde pasaba los veranos, y donde se refugió de la guerra entre 1940 y 1944; y por otro, el que veía desde la ventana de su estudio en Via Fondazza de Bolonia.
Las flores es otro de los temas que forma parte de su investigación artística y aunque vivió rodeado de ellas (le encantaba contemplar las flores de su jardín y las macetas de sus hermanas), prefirió retratarlas secas o de papel para enfatizar la quietud y la artificialidad. Generalmente suelen ser rosas, margaritas o zinnias que presenta bajo un jarrón y que parecen no marchitarse nunca. Son composiciones sencillas y tradicionales, que recuerdan mucho a Renoir.
Por otro lado, no hay que olvidar su interés por el grabado. El maestro italiano tenía claro que a determinadas imágenes correspondían determinadas técnicas de representación. En la muestra se aprecia la utilización del agua fuerte como técnica para lograr diferentes tonalidades. Siempre haciendo uso del color negro, el blanco del papel actúa como un color más en contraste con las zonas pintadas.
Sin duda, un viaje a sus pensamientos, a su yo interior, donde lo más sencillo y cercano que le rodea adquiere una fuerza y personalidad inquebrantable. Una clara lección de aprendizaje para generaciones posteriores.
Exposición organizada por Fundación Mapfre y Fundació Catalunya La Pedrera. Desde el 24 de septiembre al 9 de enero