25
Abr

Marrakech, con los ojos de Marta

Marrakech, una ciudad no apta para cardíacos ni para amantes de la rutina ni para los  que gustan de “donde dije digo, digo digo y no Diego”. Quédense con esa frase porque si algo puede salir mal, saldrá no mal, sólo distinto. Diferente de lo esperado. ¿Pero acaso no es eso viajar? La vida en esencia pura o como dice un proverbio árabe (por eso de contextualizar el dicho) “Aquel que no viaja no conoce el valor de los hombres”.

Y así es como nace este reportaje al centro cultural de Marruecos del que todos hablan. También en Ida y Vuelta. Han sido sólo 48 horas vividas con los ojos de Marta. Con la  emoción y los nervios y las ganas de Marta. Pero dos días con sus dos noches dan para mucho. Dan para más. No sólo por la hora que nos regala el Meridiano en el viaje de ida, sino porque Marrakech se ama o se odia. Nunca deja indiferente.

Lo primero que te dirán los ‘enterados’, “Marrakech ha cambiado mucho”. Pero hay cosas que son imposibles de cambiar, mal que lleguen los americanos con sus burguer y Amancio Ortega vestido de Zara (que por cierto, también por eso de contextualizar, es nombre de origen árabe que viene del azahar).

1- Lo primero, el avión. Preferible vuelo directo (más barato y corto), pero si el trabajo o la vida no lo permite, existe la posibilidad de hacer Madrid-Casablanca y Casablanca-Marrakech. Hace 20 años, este mismo viaje suponía bajarte del avión en Casablanca, para después de una larga espera y pasillos enrevesados volver a seguir viaje… ¡en el mismo avión! “Pero eso era antes”, dirán los listillos. ¡Y ahora! 20 años más tarde la historia se repite. ¡Bienvenidos de nuevo!, nos dice el mismo copiloto con la misma  sonrisa cuando volvemos a subir al mismo avión que nos llevará a Marrakech. También Marta sonríe.

2- Llegada nocturna a Marrakech. Donde dije digo, esto es, una persona que has contratado para que te venga a recoger, digo que no hay nadie. Que nadie de las decenas de guías allí presentes tiene un cartel con nuestro nombre. Que toca llamar y explicar que estamos tirados, pero miro a Marta y no la veo precisamente tirada ni cansada ni enfadada por la demora. Todo lo contrario. Sus ojos intentan entender ese mosaico cultural que asoma en ese pequeño espacio de salidas del aeropuerto. “Esto promete”, dice en de ese primer contacto con el mundo árabe.

“Aquel que no viaja no conoce el valor de los hombres” (Proverbio árabe)

3- Llegada al hotel, un buen hotel como se merece Marta. Cerrado desde Madrid. Pagado desde Madrid. Recomendando en Madrid. Y el recepcionista nos dice “je suis desolé”. Y no encuentro razón para esa desolación. Somos los únicos en recepción. Y entonces descubrimos cuál es la fatalité. Eso lo dice él. Que donde dije digo: o sea, donde tenemos reserva de dos habitaciones dobles- digo yo-, “sólo queda una habitación para los cuatro”, dice él. Al parecer, ha habido un error y en una de ellas hay un intruso. Una inquilina del mismo nombre que ya ha deshecho la maleta, comido la fruta de recibimiento y puesto hasta el albornoz. Mal por el hotelero, pero peor la turista, ¡que se ha equivocado de hotel!

Una vez arreglado el desaguisado, con una maravillosa suite que mira a la Koutoubia, todo se perdona. De la afectada no diremos más. Pero si de esa Koutoubia, la hermana gemela  de la Giralda de Sevilla. Se inició en 1141 por el califa almohade Abd al Mu-min y destaca por su alto minarete y por su color, piedra de arenisca rosada, típico de la ciudad. Su nombre, que significa «mezquita de los libreros», se debe a los numerosos puestos de libros que la rodeaban en sus primeros tiempos. Y eso le gusta a Marta, devoradora de libros, devoradora de historias. Sus 69 metros de altura la convierten en el techo de Marrakech. A la Koutoubia, no a Marta, que pese a su altura se siente pequeña ante tanta inmensidad.

Sus 69 metros de alturas la convierten en el techo de Marrakech. A la Koutoubia, no a Marta, que se siente pequeña ante tanta inmensidad.

4- De acuerdo que 48 horas es justo, pero Marrakech se puede ver en un fin de semana. O al menos, ese pequeño acercamiento a una ciudad que se está rehabilitando, aunque eso suponga que algunos monumentos estén cerrados. Pero donde dije digo… No te fíes. Ni de los horarios que se anuncian ni de los amigos improvisados que surgen y que te aseguran que el Museo, por ejemplo, está cerrado. A cambio, aconsejan ver un mercado de mujeres bereberes que justo están esa mañana ahí con sus aceites, con su aloe vera natural. Pero ni el museo está cerrado ni el mercado, comprobamos, es tan natural.

Del Museo de Marrakech interesa más el continente que el contenido. Antes fue Palacio y colegio femenino. La parte principal del museo es su patio (atención a la gran lámpara) y las salas dispuestas a su alrededor donde se exponen colecciones de cerámica, armas, alfombras y otros objetos tradicionales. En el interior del edificio también se puede visitar el hammam tradicional y una sala de exposiciones temporales.

5– Después de ver el Museo visitamos también el Palacio Badí. Somos de los primeros en darnos un paseo entre sus ruinas y murallas y del que sólo quedan vestigios. Un saqueo para levantar la ciudad imperial de Meknès lo dejó en ruinas. Pero los ojos de Marta llegan donde no llegan los ojos de un turista normal. Y ella sí imagina este espacio con más de 300 habitaciones y se extasía con ese patio central, definido por una explanada en la que conviven láminas de agua y zonas verdes de singular belleza.

Cuesta tirar de ella hasta el Palacio de la Bahía, un espacio formado por numerosos patios, salones y habitaciones. Elegante y majestuoso, pero la cabeza de Marta sigue en ese palacio Badí, y seguirá ahora, cuando han pasado semanas.

Aprovechamos el resto de la mañana para  conocer sus calles que ya despiertan e intentar evitar que nos atropellen. Sin olvidar el ‘mellah’, la zona menos bulliciosa de la medina y ocupado por el barrio judío. Marta agudiza los cinco sentidos. La vista, que nos enseña este Marrakech y da título a este reportaje; el oído, con sus llamadas a la oración y las voces de una muchedumbre que no se apagará en todo el día; el tacto de tocar manos que se acercan, tejidos extraños…; el olfato de un África desconocida y el gusto, que a esas horas nos avisa de que hay que comer.

Elegimos Dar Anika, un restaurante con su azotea y sus palmeras y unos platos que borran el cansancio acumulado esa mañana. Y donde dije digo, comida marroquí con sus cuscús y su tajine imprescindibles (si se reserva con antelación se puede pedir tajine de carne de camello), digo que suena Manzanita, el del ramito de violetas. Verídico. Va a resultar que el propietario es un ciudadano español que un día lo dejó todo. El lugar merece, las instalaciones también; y por supuesto el trato y la comida, que Marta saborea como si no hubiera un mañana, que lo hay. Y de postre, que corra el té.

6- Otras visitas necesarias son las tumbas saadíes y nos quedamos con ganas de conocer la Madrasa de Ben Youssef, el centro de estudios superiores religiosos más grande de Marruecos cerrado por obras. Donde dije digo, que estarán abiertas el 1 de abril, digo que ya ha pasado esa fecha y nada apunta a una apertura inminente. Pero no pasa nada. Porque en Marrakech todo lo que pasa suma.

Marrakech se ama o se odia. Nunca deja indiferente al extranjero que la visita

7- En taxi a los Jardines Majorelle, rescatados por el modisto Yves Saint Laurent y por su pareja Pierre Bergé en los años 80. Un remanso de paz y santuario de exótica flora que Marta mira y admira. La cola al sol ha merecido la pena. Para ir allí conviene tomar un taxi, o dos sin son pequeños. Negocia el precio porque donde dije digo… sin taxímetro que valga dirán lo que quieran.

8– Y hablando de dinero. El cambio oficial es 11 dírhams por 1 euro. Admiten euros, pero no te conviene porque saldrás perdiendo al cambio. Porque donde dije 10 dírhams, digo que se quedan el euro. Pero qué más da céntimo arriba céntimo abajo cuando uno se sumerge en el zoco. Prepárate para perderte, para regatear, porque donde dije que vale esto, seguro que vale la mitad. Paciencia. Marta la tuvo y salió cargadita de regalos.

9– Si, ya vamos a la Plaza de Jemaa el-Fna. Porque todos los caminos llevan a ella, te pongas como te pongas. Y déjate llevar. Sumérgete en sus cánticos, en su música, en esas serpientes que erizan la piel, en los pequeños que corretean, en los mayores que te quieren vender y contar y agasajar. Hay un ciego que implora a Alá y un niño de lazarillo que pasa la mano. De día con sus zumos y de noche con sus cenas. Ay esos zumos, porque donde dije digo, zumo natural sin agua ni hielo, digo que no sabes lo que bebes. Donde dije cubiertos, digo que comas con la mano; donde dije té, llega un té en un vaso que no ha visto más estropajo que un remojón en un cubo. Eso sí, la cena tiene garantía: tres años sin diarrea, nos dice el camarero. Cruzamos los dedos.

10-Visto lo principal, toca volver y donde dije dijo, una cartera con la documentación, digo que no hay nada. Por no haber, no hay cartera. «Se ha debido caer», dice la buena de Marta. Toca correr, bloquea las tarjetas, ir al aeropuerto, hacer el check in porque donde dije que se puede hacer 24 horas antes por Internet, digo que la página no funcionaba. Gajes del oficio de viajar que no desaniman a Marta. ¡Quién dijo tarjetas!, dice Marta mirando por última vez Marrakech. Con los ojos de Marta. Marrakech para Marta.

¿Recuerdas el inicio de este reportaje? Marrakech se ama o se odia. Nunca deja indiferente. Marta sabe que volverá. Su nombre en árabe: مارتا